Trabajadores de automotrices le ganaron a los grandes de Detroit

Se reproduce el artículo de The New York Times sobre el conflicto de las empresas de automóviles General Motors, Ford y Stellantis (propietario de Chrysler) y el sindicato de trabajadores del sector en Estados Unidos

Subiendo el rango, por David Leonhardt, The New York Times/The Morning 31.10.2023
Si se quiere entender por qué el sindicato United Auto Workers evidentemente ganó sus huelgas contra los Tres Grandes de Detroit , resulta útil volver al trabajo de un economista del siglo XX llamado Richard Lester.
Lester, profesor de Princeton desde hace mucho tiempo, acuñó una frase para describir las negociaciones salariales entre un empleador y un trabajador: el “rango de indeterminación”. Capta el hecho de que los salarios no son un simple reflejo de las fuerzas del mercado, como la productividad de un trabajador o las ganancias de una empresa. En el mundo real, trabajadores similares suelen ganar salarios diferentes. Sus salarios caen en algún punto del rango de indeterminación de Lester.
¿Por qué? La mayoría de los trabajadores no saben exactamente cuán valiosas son sus contribuciones y, por lo tanto, cuál debería ser su verdadero salario de mercado.
Los ejecutivos de las empresas normalmente tampoco lo saben, pero sí tienen más información: sobre cuánto dinero ganan los diferentes trabajadores y qué tan productivo es cada uno. Los empleadores también tienen más influencia. Las empresas emplean a muchos trabajadores y perder a uno de ellos suele ser manejable. Para la mayoría de los trabajadores, por el contrario, renunciar por una disputa salarial puede generar dificultades financieras.
Por estas razones, la remuneración de los trabajadores a menudo se sitúa en el extremo inferior del rango de indeterminación. En la relación entre un empleador y un empleado individual, el empleador tiene más poder. Pero hay un adjetivo importante en esa frase anterior: individual.
Cuando los empleados se unen, pueden reducir el desequilibrio de poder. Pueden compartir información entre sí y ejercer cierta influencia en el proceso de negociación. Una empresa que puede permitirse el lujo de perder un trabajador por una disputa salarial puede que no pueda perder docenas.
Por supuesto, existe un término para designar a un grupo de trabajadores que se unen para aumentar su poder de negociación: sindicato.
¿Es Tesla el próximo?
Durante la semana pasada, los Tres Grandes (General Motors, Ford y Stellantis (propietario de Chrysler)) acordaron aumentos salariales que los trabajadores seguramente no podrían haber recibido si los hubieran pedido amablemente. El acuerdo con GM, anunciado ayer, fue el último de los tres.
Después de ajustar por inflación, muchos trabajadores parecen recibir aproximadamente un aumento del 10 por ciento durante los próximos cuatro años y medio. Para 2028, cuando expire el contrato, muchos trabajadores ganarán entre 30 y 42 dólares la hora, o entre 60.000 y 84.000 dólares al año por trabajo a tiempo completo.
Los aumentos salariales son los mayores que los trabajadores automotrices han recibido en décadas, explican mis colegas Neal Boudette y Jack Ewing. Los aumentos también son un recordatorio de que los sindicatos tienen un historial incomparable en la reducción de la desigualdad económica .
Un gran estudio académico, que utilizó encuestas de Gallup que abarcaron a millones de trabajadores durante décadas, encontró que los trabajadores sindicalizados generalmente ganaban entre un 10 y un 20 por ciento más que los trabajadores similares no sindicalizados. Los economistas descubrieron que el salario extra generalmente no perjudica el crecimiento económico. En cambio, a menudo proviene de los salarios de los ejecutivos y las ganancias empresariales, lo que reduce la desigualdad. Los sindicatos alteran la división del pastel económico más que su tamaño.
O, para expresar la idea en términos de Lester, los sindicatos sacan los salarios del extremo inferior del rango de indeterminación.
Para ser claros, los sindicatos a veces logran aumentos salariales tan grandes que los salarios exceden un rango razonable y obstaculizan al empleador. Los sindicatos también pueden bloquear los cambios necesarios en las operaciones de una empresa. Esta extralimitación ocurrió en partes de la industria automotriz durante la década de 1970, lo que contribuyó al declive de Detroit. Hoy, los ejecutivos del sector automotor advierten sobre un riesgo similar. Los sindicatos responden que los recientes aumentos compensan años de estancamiento salarial y que los ejecutivos de Detroit han recibido aumentos aún mayores recientemente.
No pretendo saber si estos aumentos salariales parecerán razonables en retrospectiva. Dependerá en parte de si Chrysler, Ford y GM fabricarán en los próximos años vehículos más atractivos que en los años 1970.
Pero sería un error suponer que los ejecutivos tienen automáticamente razón en que los aumentos salariales son excesivos. Los salarios representan menos del 5 por ciento del costo de muchos vehículos. Y los ejecutivos de empresas de casi todos los sectores suelen afirmar que los salarios son demasiado altos. Prefieren esto cuando los salarios están en el extremo inferior del rango de indeterminación, en parte porque deja más dinero para que los ejecutivos se lo lleven a casa.
Un consejo: conocí el trabajo de Lester a través de Lawrence Katz, un destacado economista laboral en la actualidad. Puede leer el obituario de Lester publicado por The Times en 1998.
El líder del UAW, Shawn Fain, y el presidente Biden. Evan Vucci/Prensa Asociada
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El presidente Biden, que arriesgó su capital político al formar piquetes con los trabajadores de GM en huelga el mes pasado, calificó los acuerdos como “un testimonio del poder de los sindicatos”.Los acuerdos incluyen compromisos de las empresas para ampliar o reabrir las fábricas del Medio Oeste que emplean a trabajadores sindicalizados.Shawn Fain, presidente del UAW, señaló que el sindicato pronto podría iniciar campañas para organizar a los trabajadores estadounidenses en Tesla, Toyota, Honda y BMW.Tres jóvenes activistas laborales, que nunca trabajaron en una fábrica de automóviles, ayudaron al sindicato a ser más conocedor de los medios , informa The Wall Street Journal.
David Leohnardt, The Morning / The New York Times

La crítica de Mario Franco a «Los establos de su majestad», en la revista Claves de 1973

En el número 73 de la revista Claves, de Mendoza, se publicó la crítica de la obra Los establos de su majestad (pg 32 y 33). La opinión es de Mario Franco y se reproduce aquí en su totalidad. Se respetan las negritas y altas y bajas del original y se incluye parte del contexto (dos fotos y un aviso publicitario del Teatro Nuestro Teatro, donde se desarrolló la obra; sólo hay dos avisos más que no tienen relación (L.L.G.)

TEATRO (Sección de la revista)

MI PAIS, TU PAÍS (título de la critica)

«Los establos de su majestad»

de Alberto Rodríguez y Fernando Lorenzo

Intérpretes: Guillermo Fischer, Jorge Fornés, Enrique Romero, Eduardo Duch, Julio Cabello, Miguel Wankiewicz, Hugo Kogan, Rubén Rubio, Juan Carlos Dean, Elina Alba, Adriana Molina, Susana Montoya, Néstor Ortiz, Ricardo Dávila, Adolfo Cueto, Guillermo Carrasco, Miguel Gatani, Sacha Etcheverry, Oscar Willy Cornejo

Coro: María Ternavasio, Nélida Reta, Mónica Brandoni, Laura Lahoz, Cristina Simonetti, Alicia Duplessis, Nené Gómez y Josefa de Verdejo

Técnicos: Hugo Vargas y Juan J. Cáceres (iluminación y sonido), Ana Ciceri (vesturariio), Nolo Tejón (asesoría musical), Elena Ternavasio y Elena Alba (producción), Jorge Fornés (escenografía).

Dirección: CARLOS OWENS

Con sólo observar la larga lista de colaborades, intérpretes, técnicos, etc., se descubre el gran esfuerzo que significa la puesta de una obra como los “Los establos…”.  Asimismo, apenas se sale de la sala en donde se representó se descubre la responsabilidad con que la misma fue encarada.

La obra en si misma es muy difícil de representar. Y no sólo por la cantidad de personajes, la utilización de un coro o la difícil implementación escenográfica que requiere, sino sobre todo, por la combinación a veces sutil, a veces visible y explícita, ente lo estrictamente narrativo y la queja poético-lirica del coro. Este difícil equilibrio debe mantenerlo la puesta entre lo épico y lo lírico, entre el drama trágico del genocidio y la comicidad que surge de la ambición de los verdugos y entre la representación simbólica y el relato realista, Y, sin lugar a dudas, en varios pasajes lo logra plenamente.

(foto pg. 33)

La pieza de Rodríguez-Lorenzo es en verdad un drama histórico. Todo su objetivo está centrado en la denuncia a los personeros de la “Campaña del desierto” que, en nombre de la civilización, del progreso y de la evangelización, aniquilaron al indígena para apropiarse de sus tierras.

El humor no es un invitado más, sino que participa de la esencia de esta conquista. La dualidad constante entre el rol social de cada uno de los personajes (el comandante, el obispo, el hacendado, el legislador) y su ambición y soporte íntimo (la tierra, la vaca) provoca constante y naturalmente chispas humorísticas. Sin embargo, el humor no es objetivo central de la obra. El papel del Ejército, de la Iglesia, de la burguesía (o “carnecía”), de la oligarquía y sus íntimas, contradictorias profundas conexiones, fundan el eje por donde deambula la tragedia, el lirismo y la muerte de una víctima ritual y real: el indio.

Cabe, sin embargo, apuntar una crítica a la composición de “Los establos de su majestad”, y es su excesiva inclinación a describir la historia como si ésta fuese en realidad, nada más que la concreción del proyecto, que en su momento, la oligarquía y el imperialismo inglés propusieron para el país. De esta forma, la historia real queda marginada en beneficio de las ideas que para hacerla y para pensarla -y hoy para enseñarla en los colegios- tuvieron las clases dominantes. El resultado histórico no surge totalmente de la cabeza de los dominadores, sino que su ideología, sus intereses, chocan con los interese e ideologías de las clases a las que pretenden dominar. El gaucho, el partido federal enfrentan, de alguna manera, los planes oligárquicos y los desvían, los modifican.

El énfasis puesto en este de desarrollo histórico, que más bien es el desarrollo ideológico de las clases que detentaron la hegemonía política y económica, provoca ciertas confusiones. Solo para un ejemplo, en la obra aparece el inmigrante italiano que va a ser quien prestará sus brazos para construir el país agrícola-pastoril. Sin embargo, no era éste -como dice en la obra- el proyecto de la oligarquía. Aquí la oligarquía había fracasado. Su proyecto económico estaba mediado por su racismo. El español y el italiano meridional no podrían jamás producir la regeneración de la raza. La ilusión de la oligarquía era introducir europeos del norte: suizos, alemanes o ingleses. La inmigración itálica fue el resultado de la inconciencia e imprevisión de la oligarquía. Jamás participó en su proyecto político. La historia así, brindó un resultado diferente, inédito en cierta forma a sus planes. Tampoco se incorporó a la agricultura (“plata y trigo”) sino al sector terciario, a la industria y al comercio. La nueva víctima no sería él sino el paisano, encerrado entre la ciudad gringa y el campo ajeno.

(foto pg. 32)

Owens ha sabido dosificar una pieza que por momentos es reiterativa. Las transiciones no son bruscas y el despliegue de una gran multitud de personajes en el escenario reducido del TNT, está realizado con gran arte. A pesar de todo -en el primer acto-el desenvolvimiento de la acción se tona excesivamente lenta en algunos momentos.  Aunque el logro, en cuanto a ritmo, del segundo acto compensa sobradamente estos pequeños baches. Una vez más Owens ha rehuido a la utilización amañada del ridículo, al énfasis desproporcionado del gag explosivo y a la búsqueda de la emoción epidérmica. Esto trae aparejado, un aplauso no muy violento, pero es probable, que esta perspectiva conlleve, asimismo , la posibilidad de la construcción de un espectador más reflexivo y crítico.

Sin sobresalir, la iluminación y sonido de Vargas y Cáceres, juegan un rol bastante preciso dentro del cuadro escenográfico bastante efectivo de Jorge Fornés. En cuanto al aspecto actoral es visible la desproporción interpretativa entre quienes han llegado al oficio hace tiempo y los que toman las primeras armas. Guillermo Fischer hace una magnífica interpretación del comandante Roca, igualada solamente por la agudeza de Fornés y la eficiencia de Elina Alba

Mario Franco

Junio 22 de 1973 – Claves-

(Aviso pg 32 parte sup. izq)


Los establos de su majestad, a sala llena, renovó el mito

Una bomba voló el Taller Nuestro Teatro, en el centro de la ciudad de Mendoza el 24 de setiembre de 1974.  En ese local se había presentado la obra teatral “Los establos de su majestad”, escrita por Fernando Lorenzo y Alberto Rodríguez (h) en los años ‘60.

Con la ironía que suele despertar el drama, la obra que habría molestado a los negacionistas de entonces abordaba la Campaña al Desierto, un tiempo fundacional de la historia argentina.

Desde 1973 la obra fue dirigida por Carlos Owens, quien junto con Maximiliano Moyano, formaron TNT a principios de los 70.

En 2019, en un demorado homenaje, «Los establos…» con algunas modificaciones fue presentada en La Nave de la Universidad Nacional de Cuyo, bajo la dirección de Jorge Fornés.

Este año, 2023, el Teatro Nacional Cervantes, de Buenos Aires, en coproducción con el Ministerio de Cultura y Turismo del Gobierno de Mendoza estrenó en el teatro Independencia el viernes 1 de septiembre  Los  establos de su majestad, dirigida por Víctor Arrojo con las actuaciones de Sandra Viggiani, Claudia Racconto, Fernando Mancuso, Daniel Encinas, Matías González y Pablo Díaz.

De esta forma el Teatro Nacional Cervantes cumplía con “TNC Produce en el país”, un programa que promueve obras y artistas locales en diferentes ciudades de la Argentina, para que formen parte de la agenda del Teatro Nacional Cervantes más allá de su sede central.

«El montaje de ‘Los establos de Su Majestad’ a 50 años de su estreno nacional, es válido ‘per se’ como acontecimiento escénico, como experiencia para el equipo de producción artística y esperemos que lo sea también para los espectadores», expresó Arrojo a Télam cuando el anuncio del ciclo.

«Luego en el terreno de los tópicos históricos sobre los que se sostiene la escena -agregó-, creemos que la validez está en reinstalar la mirada sobre la genética política de nuestro país. La Campaña del Desierto es la puesta en acción de un modelo de país en una batalla cultural y económica. Nos definieron como ‘hijos del cuero’ y configuraron ‘el país estancia'», añadió el director, cuando la entrevista.

El director Víctor Arrojo (arriba, en el centro) y los artistas de Los establos de su majestad, en 2023

Últimos jueves

Faltando tres presentaciones en el teatro Independencia para culminar la experiencia (los últimos jueves de octubre tras este 12/10, vienen el 19 y 26/10) la producción demostró una labor enorme, al igual que los actores, brindados al público que, como esperaba Arrojo, ha llenado la sala semana tras semana.

Sonnia De Monte adaptó el texto de Lorenzo y Rodríguez. “La versión de Sonnia actualiza la estructura y los recursos discursivos, hay una intertextualidad donde la experiencia del primer montaje del TNT (Taller Nuestro Teatro), proyecto mítico del teatro independiente de Mendoza, se incorpora al relato. Se propone una condensación discursiva, que es fundante para mi visión de la teatralidad”, sostuvo el director. La incorporación de recursos audiovisuales, montaje y videos, entre otros lenguajes, fueron obra de Arrojo, que completaron el destacado trabajo de dramaturgia

Luis Leonardo Gregorio

 

Una mirada a libertarios: la experiencia frustrada en Grafton (EE.UU) y Milei

«Libertarios de la Biblia, el dólar y la espada», así se titular el artículo del semanario uruguayo Brecha, que aquí reproducimos

Daniel Gatti, revista Brecha, Montevideo
22 septiembre, 2023

– Tiempo de lectura: 10 min

A la cabeza de las encuestas en la previa de las presidenciales argentinas, y a pesar de lo extremo de sus propuestas, Milei ha logrado reunir una extraña y prometedora alianza que desdibuja límites de clase y unifica posturas reaccionarias.

Javier Milei junto a su hermana Karina (derecha) y Carolina Píparo, en un acto en La Plata, Argentina, el 12 de setiembre. AFP, MARCOS GÓMEZ

Abundan por estos días en medios de prensa de todo el mundo las referencias a un experimento político que tuvo lugar hace casi dos décadas en Grafton, una pequeñísima ciudad del estado de New Hampshire fronteriza con Canadá, en el noreste de Estados Unidos. Se lo llamó Free Town Project («Proyecto del Pueblo Libre»), se desarrolló entre 2004 y 2014, y la impulsaron unos cientos de militantes de esa tendencia que se hace llamar «libertaria» o «anarcocapitalista» y que ha ganado nueva fama urbi et orbi de la mano del argentino Javier Milei. Su objetivo era demostrar cuánto mejor se viviría en un sitio en el que «a la libertad no se le pusiera límite alguno», si por libertad se entiende el emprender sin trabas de ningún tipo –por ejemplo, sindicatos–, no pagar impuestos o los menos posibles, hacer lo que se quiera en la propiedad de cada uno, desregular el uso del espacio público y moverse por la vida y por las calles como a uno se le dé la gana, pudiendo incluso vender sus propios órganos a quien se los quiera comprar o llevar armas sin tener que pedir permiso para hacerlo.

Grafton, contó, entre otros lados, en BBC Mundo (29-VIII-23) Matthew Hongoltz-Hetling, un periodista que le dedicó un libro a la experiencia,fue elegida por su tamaño manejable (poco más de 1 millar de habitantes) y la posibilidad para unos pocos cientos de «libertarios» de incidir en la toma de decisiones. También en homenaje a su pasado. La ciudad «tenía una profunda historia de rebeldía contra la autoridad. A finales del siglo XVIII, sus habitantes habían votado por separarse de los entonces recién constituidos Estados Unidos». Por un solo motivo: para no pagar impuestos. La rebeldía de los graftonianos, su desobediencia a la autoridad, su espíritu «libertario» se resumía al terreno de lo fiscal. No tendrían tal vez el nivel de fortuna de un Gérard Depardieu, de un Alain Delon, de un Bernard Arnault, uno de los hombres más ricos del mundo, que se «exiliaron» en Suiza o en Bélgica para no ser «expoliados» por el Estado de su Francia natal, o de los ricos riquísimos argentinos que eligen el bendito Uruguay por las mismas razones, pero sí su mismo espíritu: «Un poco anarco», como dijo sin ironía uno de los integrantes de la familia Arnault («Nos mueve esa búsqueda, ¿viste?, de la libertad total»).

En Grafton vivía además un bombero municipal, John Babiarz, que se definía «libertario» y estaba harto de que el Estado, central o municipal, le comiera sus pocos recursos o impusiera ordenanzas absurdas, según le dijo a Hongoltz-Hetling. En redes sociales, Babiarz convocó a que se eligiera a su estado como tierra de experimentación «libertarista». La divisa de New Hampshire, «Live free or die» («Vive libre o muere»), debía ayudar en ese sentido. Y ayudó: New Hampshire fue escogido por los yanquis para «plasmar en un territorio» su utopía, y, entre decenas de ciudades del estado, pusieron su dedo sobre Grafton.

Hacia esa aldea montañosa enfilaron entonces unos 200 «libertarios» entre fines de 2003 y comienzos de 2004, con sus muchos petates algunos, que se instalaron en la planta urbana, y con sus pocos petates otros, que se fueron hacia los bosques aledaños, donde levantaron carpas o plantaron sus casas rodantes. La gran mayoría eran hombres, blancos, solteros. Entre los petates de todos, ricos o pobres, había armas de diverso calibre.

Doscientas personas era mucha gente para un pueblito que no llegaba a los 1.000, y al poco tiempo pesaron de manera decisiva en el concejo municipal, ayudados en su prédica por el bueno del bombero Babiarz. Los graftonianos se convencieron de que les convendría recortar el presupuesto de la ciudad: se ahorrarían mucho dinero que podrían destinar a lo que se les cantara. Y que para qué tener normas sobre recolección de residuos domiciliarios, por ejemplo, o de porte de armas, o de uso de los espacios públicos. O un cuerpo de bomberos profesional: el propio Babiarz votó por disolverlo y que la tarea de apagar los numerosos incendios que se producían cada año en un lugar rodeado de abundante vegetación y madera fuera asumida por voluntarios. Allí habría otro ahorro.

El presupuesto de Grafton no era para nada abultado en términos absolutos (alrededor de 1,3 millones de dólares), pero sí suficiente para mantener la ciudad «limpia, ordenada y tranquila», según dijo años después uno de sus habitantes. Los graftonianos decidieron, sin embargo, rebanarle un 30 por ciento en tres años. Dispusieron de bastante más dinero para ellos, sí, pero al poco tiempo las calles se llenaron de baches, la basura inundó la planta urbana, la biblioteca municipal redujo su funcionamiento a unas horitas por semana, hubo primero un homicidio, y luego otro, y luego otro (los primeros en muchas décadas en Grafton), y para combatir los incendios los voluntarios no abundaron.

Fue sobre todo el tema de la basura lo que en pocos años terminó liquidando «la utopía concretada» de los «libertarios»: los nuevos y los viejos graftonianos pasaron a «disponerla» donde se les cantara: en sus propiedades, en las del vecino, en las calles, en los bosques. Y cuando se les cantara. Y en la forma en que se les cantara. A algunos se les antojó que era simpático alimentar con desperdicios a los osos pardos, que tenían su hábitat natural en los alrededores desde mucho antes de que a la zona llegaran los primeros humanos. Y los osos se fueron acercando sin sigilo hacia las zonas habitadas, comiendo lo que les dejaban y lo que encontraban por allí, cada vez en mayor proporción. Omnívoros, acabaron atacando personas. No se sabe de casos de «libertarios» devorados por estos animales de más de 250 quilos de peso, pero sí de heridos. Grafton fue de hecho por un tiempo un paraíso para los osos (el libro de Hongoltz-Hetling se titula A libertarian walks into a bear, «Un libertario se cruza con un oso», o algo así). Y acabó convirtiéndose en un infierno para sus habitantes, peleados entre sí y con los animales.

***

Al cabo de diez años, los amigos de Babiarz tomaron sus petates y acabaron huyendo de la aldea de New Hampshire, víctimas de su propia idea de la libertad. Prolongando el equívoco con las palabras, hubo quien concluyó que la experiencia «autogestionaria» y «libertaria» de Grafton había concluido en una «anarquía desoladora». Otros, liberales a lo Tocqueville, hablaron de lo malos que son todos los excesos y sacaron a relucir aquello de la libertad responsable: está muy bien pasar la motosierra por los andamios del Estado y liberar de trabas a los emprendedores, a los malla oro, dijeron, pero dentro de algún límite que mantenga las cosas en su cauce.

Y hubo otros que subrayaron que nada tiene que ver el anarcocapitalismo con el anarquismo, o el capitalismo en general con el anarquismo en general, ni los «libertarios» de Grafton con aquellos que hace dos siglos luchan por una sociedad solidaria, impulsan huelgas, crean sindicatos y han estado detrás de experiencias autogestionarias de organización social a años luz de la de New Hampshire. En la Comuna de París o en las colectividades agrarias españolas, o ahora mismo en Rojava, en el Kurdistán sirio, la idea de libertad que han buscado plasmar los anarquistas está en las antípodas del salvajismo individualista de los «libertaristas» graftonianos. Tan lejos como estaba de encarnar cualquier ideal ácrata que pudieran haberle querido transmitir sus padres a aquel famoso científico argentino, Sol Libertario Rabasa, que en sus nombres de pila llevaba el sello anarco y acabó ocupando cargos en la dictadura de Videla.

***

De la mezcla de capitalismo radical –de neoliberalismo extremo–, abnegado machismo, lenguaje plebeyo, reivindicación de una rebeldía antisistema que le calza como un guante al sistema, apología de la mano dura para hoy y reivindicación de la mano dura de ayer, más una dosis propia de delirio payasístico está hecho el mileísmo, como están hechos el bolsonarismo o el trumpismo. Milei ha logrado, o está en vías de lograr, ese maridaje de la pizza con el champán, del pibe precarizado de las aplicaciones de comidas rápidas con los CEO de las grandes empresas, que durante una década supo plasmar un Carlos Menem que, como el Peluca, jugaba al outsider, decía semanas atrás a Brecha un sociólogo uruguayo que vivió años en Argentina. De hecho, el líder de La Libertad Avanza (LLA) considera la década menemista como un período en el que Argentina rompió con «los ideales socialistas que lleva 100 años abrazando», según le dijo al periodista Tucker Carlson, uno de los voceros mediáticos de la alt-right (la derecha alternativa) estadounidense y expresentador estrella del canal Fox, que lo entrevistó este mes en Buenos Aires.

Como Bolsonaro, como Trump, Milei no viene del establishment político. Y con los grandes empresarios ha tenido una relación ambigua. «Uno suele asociar a la derecha con los grandes actores de poder, y Milei, si bien estuvo empujado por los medios y es el hijo político de Eduardo Eurnekián, la sexta persona más rica del país, no tiene a los actores del poder detrás», le dijo un par de semanas atrás al español de Canal Red Juan Luis González, autor de El loco, una biografía no autorizada del político. «De hecho –agregó el periodista– diría que los grandes actores del poder han intentado desestabilizar su candidatura en la época previa a las PASO», las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias en las que, en agosto, el «libertario» fue elegido por casi el 30 por ciento de quienes votaron.

A capitalistas de primer plano del país que comulgan con la mayor parte de las ideas del alucinado dirigente, pero que dependen de los contratos públicos para seguir haciendo fortuna, les costó apoyar a alguien que hace de la destrucción del Estado –al menos de la boca para afuera– su principal caballito de batalla. Pero en la medida en que se va desinflando la candidatura de la derechista Patricia Bullrich, postulante a la presidencia por la coalición Juntos por el Cambio, esos pruritos van desapareciendo. El diario Página 12 dio cuenta este miércoles 20 de los respaldos que ha ido sumando recientemente Milei entre CEO de grandes empresas que antes eran incondicionales de Juntos por el Cambio, en especial del expresidente Mauricio Macri. En la lista aparecen Ernesto López Anadón, presidente del Instituto Argentino del Petróleo y del Gas, un menemista de la primera hora; Cristiano Rattazzi, expresidente de la FIAT en Argentina; el megaempresario de la construcción Eduardo Costantini; Nicolás Pinto, hombre fuerte de la Sociedad Rural Argentina; Marcos Galperin, CEO de Mercado Libre; Gonzalo Tanoira, dueño de Citrícola San Miguel, la mayor exportadora mundial de cítricos; otro constructor, Eduardo Bastitta, que está al frente de +Colonia, la ciudad privada «para argentinos» que se está construyendo por estos lares y que Milei visitó pocos días atrás, y todo el aparataje de cuadros empresariales de alto y medio nivel que le proporciona Eurnekián, para quien el «libertario» trabajó en sus años mozos. No es pavada.

En la otra punta del mileísmo están los llamados «pibes Rappi». Página 12 en una nota (13-IX-23) y la revista digital Anfibia en otra (10-VII-23) indagaron sobre la manera en que LLA militó para conquistar las cabezas de los trabajadores (en su gran mayoría jóvenes y hombres) de un sector, el de las plataformas, que los «libertarios» ven como hecho a la medida de su ideal de organización del trabajo: unipersonal, meritocrático (más gana el que más pedalea y más pedidos entrega, aun a riesgo de su salud o su vida), libre de derechos (a la protección social, al aguinaldo, a convenio colectivo, a vacaciones pagas), flexibilizado al extremo. Y casi sin organización sindical, o, cuando la hay, fácilmente reprimible gracias a los algoritmos que geolocalizan a quienes se reúnen en algún local o participan en alguna manifestación y terminan quedándose «casualmente» sin repartos para hacer, despedidos sin despido.

«La figura del que trabaja y se esfuerza está en el corazón de la narrativa meritocrática» tan cara a LLA y que los «pibes Rappi» compran fácilmente, recordaba la investigación de Anfibia: los mileístas «diferencian “planeros”, “ñoquis” o “vagos que viven del Estado” de aquellos que pedalean para redondear un sueldo. Mérito, trabajo y producción son los tres valores a los que apelan los jóvenes mileístas para colocarse en una posición de superioridad frente a otros cercanos socialmente». Entre los trabajadores de las aplicaciones surgió en 2022 la agrupación Pibes Libertarios, que en poco tiempo logró, combinando trabajo territorial «a la antigua» e intenso despliegue en redes sociales, una fuerte ascendencia en un sector que aportó una buena parte de los votos obtenidos en las PASO por Milei («de ahí vino su batacazo electoral», afirma Página 12). En la perspectiva de las elecciones del mes próximo, a los Pibes Libertarios se los ve hoy por todos lados.

El encuestador y analista político Alejandro Catterberg ubicó en una entrevista con el canal cable de La Nación a los repartidores de las aplicaciones como el núcleo duro de los votantes de Milei. «No es que haya un corrimiento masivo de la sociedad argentina hacia los valores del libertarismo. Lo que está muy alto en las encuestas es la bronca y el enojo social. Javier Milei es el dirigente político que más se alimenta de esto y el perfil de su votante es un motoquero de Rappi», decía Catterberg en esa entrevista, hace alrededor de un año, cuando LLA recién perfilaba su ascenso. A esos chiquilines, y no tanto, que no pueden sentir nostalgia por unos derechos de los que nunca gozaron, Milei les da «la esperanza de progresar por el esfuerzo propio, sin que el Estado ni nadie se meta», según resumió uno de los Pibes Libertarios.

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El joven politólogo y periodista cordobés Agustín Laje está entre los gurúes de la nueva derecha latinoamericana y española. Es asesor de Santiago Abascal, el presidente de los ultraderechistas ibéricos de Vox, ha trabajado con los chilenos cercanos a José Antonio Kast y está considerado entre los ideólogos de LLA, uno de los que habría impulsado a Milei a poner el énfasis en la «batalla cultural» contra la izquierda política y social. El éxito de LLA, y en especial de su líder, le dijo Laje a la revista digital española The Objective (15-VIII-23), es que supo aglutinar a «las tres familias de la nueva derecha»: «Los liberales “no progresistas”, los conservadores “no inmovilistas” y los patriotas “no estatistas”. […] Puede haber problemas de luchas internas por el poder, pero ese no es un problema ideológico, sino político» que Milei ha sabido resolver «en nombre de la libertad». «Los sectores conservadores que están preocupados por el aborto, la ideología de género y el feminismo radical encuentran en Milei a una persona que interpreta esas agendas», lo mismo que los soberanistas que «se rebelan contra las elites internacionales», o los empresarios que claman por un Estado mínimo para poder crear riqueza, o los trabajadores que repudian a los sindicatos. «Los derechos reconocidos por el liberalismo son la vida, la libertad y la propiedad» y Milei pudo conjugarlos gracias, en gran medida, a la movilización de una tropa de «soldados culturales», tal vez como Trump, acaso como Bolsonaro y más y mejor que Vox, dice Laje.

Si el cordobés consolidó el lazo de LLA con Vox, quien lo inauguró fue Victoria Villarruel, compañera de fórmula de Milei para las elecciones presidenciales. Hija de oficial carapintada, nieta de un contralmirante de la Marina, abogada defensora de represores, organizadora de visitas a la casa de Videla cuando el dictador estaba en prisión domiciliaria, animadora de asociaciones de defensa de la «memoria completa» de los años setenta, la llamada «dama de hierro» del mileísmo, tenía desde muchos años atrás nexos políticos y de amistad con dirigentes de la ultraderecha ibérica. «Detrás del discurso de Milei viene la reivindicación abierta de la dictadura militar», dice Juan Luis González. A eso remite también el mensaje de estos peculiares «anarcos».